
Cuando jugábamos al
fútbol el más paquete se ponía de portero y si ni para eso servía se le dejaba
hacer de árbitro, como el perro de las niñas. Eso me pasa a mi con el golf, mis
talentos no me dan para la titularidad pero al menos, aunque sin silbato,
disfruto como nadie de este apasionante deporte. Por más que lo practico sigo
siendo un jugador mediocre. Estoy convencido de que cuanto más entreno más
consolido mis errores. Si paro una temporada, al volver alcanzó mi mejor nivel
pero al segundo día ya no me libero de mi puñetero slice crónico. Todo está en tu cabeza, dicen mis amigos, no pienses
en nada y deja que tu swing fluya.
Ante un espejo lo único que veo fluir de mi swing
es la barriga. Soy capaz de dar golpes muy buenos y eso es lo que te hace creer
que sabes hacerlo pero el siguiente rabazo te pone en tu lugar. Tampoco
entiendo que sea un tema mental. Tiger jugaba como nadie llevando una vida disoluta
que a la fuerza le tenía que tener intranquilo y desde que recuperó la
estabilidad en su entorno no ha vuelto a dar pie o palo con bola. También me
dicen que observe a los profesionales que siempre se aprenden cosas. No
funciona. He visto todo el golf y el fútbol que se pueda ver y desde Seve a
Rahm pasando por Big Easy, desde Pelé a Messi pasando por Maradona, jamás se me
pegó nada.
Yo juego a otra
cosa.
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