Mi infancia transcurrió en un pueblo de la Costa da Morte en el que muchas semanas no paraba de llover. Mis cinco hermanas se pasaban esas largas
tardes jugando a las casitas y a mi no me dejaban participar por ser un juego
de niñas. Finalmente encontré mi lugar,
me permitían hacer de perro, sólo en el caso de que ladrase poco. Los días
menos lluviosos por fin dejaba de andar a cuatro patas y con mis amigos jugaba a cosas más
propias de niños. Nos divertíamos lanzando trompos al que sustituíamos la punta
por un clavo que el hijo del zapatero afilaba extremadamente. Se trataba de
partir en dos la peonza rotante del amigo que se veía reventada al recibir un
certero impacto. Yo tenía la suerte de ser “o fillo do secretario” y mi padre
semanalmente viajaba en su seiscientos café con leche y me traía de la capital
modelos exclusivos de trompos cuyo final estaba escrito. Los gatos nos temían
cuando nos veían armados con tirachinas y arcos cuyas flechas eran varillas de paraguas
viejos que también pasaban por la piedra afiladora de la zapatería.
Cuando jugábamos al
fútbol el más paquete se ponía de portero y si ni para eso servía se le dejaba
hacer de árbitro, como el perro de las niñas. Eso me pasa a mi con el golf, mis
talentos no me dan para la titularidad pero al menos, aunque sin silbato,
disfruto como nadie de este apasionante deporte. Por más que lo practico sigo
siendo un jugador mediocre. Estoy convencido de que cuanto más entreno más
consolido mis errores. Si paro una temporada, al volver alcanzó mi mejor nivel
pero al segundo día ya no me libero de mi puñetero slice crónico. Todo está en tu cabeza, dicen mis amigos, no pienses
en nada y deja que tu swing fluya.
Ante un espejo lo único que veo fluir de mi swing
es la barriga. Soy capaz de dar golpes muy buenos y eso es lo que te hace creer
que sabes hacerlo pero el siguiente rabazo te pone en tu lugar. Tampoco
entiendo que sea un tema mental. Tiger jugaba como nadie llevando una vida disoluta
que a la fuerza le tenía que tener intranquilo y desde que recuperó la
estabilidad en su entorno no ha vuelto a dar pie o palo con bola. También me
dicen que observe a los profesionales que siempre se aprenden cosas. No
funciona. He visto todo el golf y el fútbol que se pueda ver y desde Seve a
Rahm pasando por Big Easy, desde Pelé a Messi pasando por Maradona, jamás se me
pegó nada.
Yo juego a otra
cosa.
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